Otra parte apela a que el daño realiza- do es un atentado a su salud y no debe realizarse, pero al preguntar un porqué, nadie acierta a dar argum entos. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es el bien?, ¿qué es la dignidad?, ¿qué es la libertad?, ¿qué es la felicidad? Es posible que nosotros, los profesionales, nos hagam os las m is- m as preguntas, pero la experiencia nos ha dado un bagaje conceptual que solu- ciona el caso, a veces sin necesidad de verbalizarlo. Sabem os tom ar decisiones y acertar. Ellos, las nuevas generaciones, no poseen esto. Les falta algo que no sa- bem os transm itir, unas com petencias, un esqueleto teórico, unos hábitos que les perm itan detectar el bien, el auténti- co bien del paciente, un hábito cada vez m ás difícil de descubrir, de enseñar y de aprender. ¿Sabrán decidir estos alum nos sobre lo que es justo o no? ¿Sabrán dife- renciar entre la autonom ía del paciente y la dignidad de la profesión? ¿Utilizarán m edios que no justifican el fin? No lo sa- bem os, y nos interesa saberlo, no solo a las universidades, no solo a los colegios profesionales, no solo a las asociaciones que cuidan la integridad de la profesión. Interesa a toda la sociedad. Por eso es in- teresante analizar despacio qué m ueve a los jóvenes a trabajar e intervenir sobre un paciente que confía plenam ente en nosotros. Si an alizam os las com peten cias que se in culcan a los estudian tes, reflejadas en los program as académ icos, la con - clusión n os descon cierta: respeto a la auton om ía del pacien te, apren der a tra- bajar con otros profesion ales san itarios, recon ocer que el pacien te es el cen tro de aten ción . Pen sam os que esto n o es suficien te. Ten em os el deber de gan ar esa con fian za in trín seca del san ador, al cual se acude para buscar la curación , si n o es posible el alivio y si n o es po- sible el con suelo. El problem a es que en odon tología estas tres fases n o son secuen ciales, sin o im bricadas. Al igual que n uestra aten ción ha de estar im bri- cada en tre el cuidado odon tológico, y el cuidado gen eral, n uestra aten ción n o puede ser local, debe ser a la person a en su globalidad, en la cual descubri- m os, tratam os y curam os un a patología odon tológica. Todo este preludio nos conduce a una prim era conclusión. El desarrollo del co- nocim iento y la evolución constante de la atención sanitaria, ha propiciado que el odontólogo adquiera m ayor protago- nism o en el cuidado global de la salud. Es cierto, pues debido a su situación cer- cana a la población, los pacientes visitan a su odontólogo de confianza con m ucha frecuencia. Y esto com ienza a detectarse en los nuevos estudiantes de grado y en los odontólogos nóveles: una gran capa- cidad y sensibilidad para ayudar, pero no saber cóm o. En un estudio sobre el aprendizaje por casos1, se planteaba cóm o reaccionarían los estudiantes ante una situación de violencia de género en la que la paciente se niega a aceptar la situación y no quiere denunciar ni reci- bir ayuda. Se detectaba que reacciona- ban de diferente m anera los estudiantes de odontología, los de enferm ería y los de fisioterapia, entre otras razones por el lugar en el que se encuentran, pero en el código deontológico de la ADA (la veracidad, la justicia, la beneficencia), por m edio de casos, ensayam os un m é- todo psicom étrico para tratar de ras- trear lo que los alum nos entienden por correcto o incorrecto, m oral o inm oral. Y un asesor nos previno: ¿su estudio ha valorado la eficacia del m étodo a lo lar- go del tiem po? Es decir, ¿han observado si los alum nos cam bian? Obviam ente, le dijim os que no lo sabem os, pues eso form a parte del futuro. Pero es cierto, debem os analizar si los m étodos peda- gógicos están siendo eficaces y esto no se consigue con teorías, ni en las aulas, sino en la praxis clínica. Al final, son los profesores de clínica los que detectan si un alum no tiene reacciones m achis- tas, si es descuidado, si desprecia a un paciente, si se pone nervioso ante su error, si es arrogante en el equipo, si se deprim e, si m iente. De ahí que sería m uy conveniente volver a valorar en la clínica aquello que em pezam os a evaluar en el prim er curso, es decir, sus com petencias éticas. Son com petencias que inciden en el diálogo interior de la persona, sobre su conciencia. Por eso las nuevas com pe- tencias que se enum eran a continuación están m ás relacionadas con las conviccio- nes que con el m anejo del bisturí. a) La prim era es la valoración de la dig- nidad individual, en concordancia con la No-m aleficencia, que genera la con- fianza-base de cualquier relación pa- ciente-profesional y que im pide que un paciente salga dolido de m i consulta (por desprecio, por m alentendido, por des- acuerdos, por im paciencia). b) La segunda es querer el bien del otro, la beneficencia, que se adapta al bien de la to- talidad de la persona, no solo a la estructura y funcionalidad bucodental. No se nos pide hacer psicología, pero sí detectar la tristeza, el desánimo, el miedo, la vergüenza. c) La tercera es reconocer la libertad del otro, la autonom ía, incluso para equivo- carse, siem pre que no ocultem os los ele- m entos de juicio; no se puede engañar a nadie. tam bién por la diferente preparación. En odontología se detecta una m ayor im plicación para conversar y dialogar y explicar, sin acudir a nadie m ás, algo ob- vio, porque con frecuencia el odontólo- go trabaja en su consulta. Pero tam bién se percibe la falta de argum entaciones: ¿qué explicaciones doy? ¿qué reflexiones hago? ¿qué argum entos utilizo? En resu- m en, hay ganas de ayudar, pero faltan herram ientas conceptuales, que perm i- tan em patizar y a la vez racionalizar las situaciones. A partir de aqu í, detectam os m ás ca- ren cias. Algo falla en la estru ctu ra de apren dizaje y pen sam os qu e es la falta de razon am ien to m oral. Es posible qu e los profe- sion ales veteran os h ayan recibido u n diferen te, bien por su for- m ación escolar, bien por la presión fam iliar. Con taba, de form a desen fadada, u n colega qu e dirigía el departa- m en to de Ética de u n h ospital, qu e en las sesion es en las qu e se plan tean dilem as éticos, se describía, se propo- n ía y se votaba. Un visitan te pregu n tó: “¿Y n o existen u n as , u n as pau tas m orales?” “No, la m oral se la trae cada u n o de casa”. Es cierto, y ese sistem a fu n cion aba bien , si en casa n os en señ aran a argu m en tar. Si n o, gan a el qu e m ás grita. Aqu í pasa igu al, las n u evas gen eracion es son h ipersen - sibles, pero les cu esta en con trar u n a jerarqu ía de valores: les parece tan in - dign an te u n asesin ato m ach ista com o la au sen cia de reciclaje. El reciclaje es im portan te, pero n adie du da de qu e se en cu en tra en u n n ivel de im portan cia diferen te. ¿Qué está pasando? Posiblem ente es que no se sabe cuáles son los m otivos últi- m os para hacer una carrera sanitaria, que es el servicio a los otros, siguiendo el paradigm a del chiste: el estudiante tum bado en el césped de la facultad… Cuando las razones últim as de nuestro actuar son tan inm ediatas, acaban sien- do cíclicas. Y es que las razones para ac- tuar son cada vez m ás líquidas, etéreas, por falta de solidez. De ahí que las com - petencias que convendría exigir a los fu- turos odontólogos deberían pertenecer m ás a la esfera interior que a su dim en- sión externa, pues estas últim as están perfectam ente reguladas y supervisadas. Ahora bien, es m uy difícil conocer las disposiciones interiores de un profesio- nal. En un estudio que hem os realizado sobre las dim ensiones éticas reflejadas