2 Opinión DENTAL TRIBUNE Hispanic & Latin America Los mercaderes de la salud oral Por Enrique Jadad Bechara Especialista en Rehabilitación Oral, investigador y conferencista con práctica privada en Barranquilla (Colombia), es fundador del Grupo Dignificar la Odontología (FaceBook). Contacto: ejadad@gmail.com C ada día que pasa miro con mayor pesimismo el futuro de la odontología. Por redes sociales, en periódicos, vallas publicita- rias, en televisión o en radio vemos cómo varias clínicas denta- les han llegado a ofrecer dádivas representadas en comida rápida, re- cargas de celulares, bicicletas, y otras aberraciones más, como regalo por la primera visita para lograr enganchar a esos «clientes». es otro tema delicado, especialmente porque la mayoría no cuenta inicial- mente con los ingresos para montar una clínica propia. Este tipo de clínicas no cuidan de la salud dental de los pacientes, a estas franquicias o empresas no les inte- resa más que llenar sus arcas, mer- cadean la salud oral y, peor aún, no les tiembla la mano para hacer sobre- tratamientos los cuales, en muchos casos, no se necesitan pero se hacen para lograr sus metas económicas que es lo único que les interesa. En estas clínicas, con solo mirarles la boca, les dicen a los pacientes bar- En redes sociales se puede encon- trar páginas de damnificados de es- tas clínicas, por lo que vuelvo a pre- guntarme cómo nuestros gobiernos permitieron la llegada de franquicias que evidentemente tienen demandas y problemas legales en sus países de origen. En Colombia, estas clínicas extranjeras entraron con prebendas Yo me pregunto, una y otra vez, cómo ha llegado hasta aquí la profesión. Se nos ha salido de las manos esta situación. Ya no culpo al exceso de profesionales como primera causa del problema que vive actualmente la odontología en Latinoamérica, sino al sistema que nos regula, al gobierno, por permitir las franquicias extran- jeras que vinieron a colonizarnos sin piedad. Y culpo también de esta pesa- dilla a la proliferación de facultades y escuelas de odontología. Las franquicias de clínicas odontoló- gicas vieron desde hace varios años el excelente negocio que es dedicarse a ofertar tratamientos odontológicos, pero el trasfondo de estas empresas es el de captar clientes a como dé lu- gar mediante publicidad engañosa, llenas de falsas promesas. Se trata de una publicidad muy agresiva y costo- sa que denigra tremendamente a la profesión con la finalidad de captar pacientes. Necesitamos urgentemente que los entes reguladores del Gobierno, nuestros gremios, asociaciones nos unamos para que se regule la publici- dad con precios, con dádivas, esa pu- blicidad denigrante, o, en el mejor de los casos, que se prohíba totalmente ofertar grotescamente los servicios de salud. Nos encontramos en medio de una guerra de precios, que ha llevado a una depreciación de nuestro trabajo como odontólogos. No he visto jamás a un cardiólogo publicitando cirugías de corazón, ni a un ortopedista ofre- ciendo 2 por 1 en yesos para fractu- ras, ni a ginecólogos ofreciendo 50% en el costo del primer parto y el se- gundo gratis. La publicidad en el campo de la sa- lud debería ser para informar sobre procedimientos o técnicas, pero las campañas utilizadas hoy día por estas clínicas y por muchos odontólogos no miden el daño que generan ni el detri- mento a la odontología, al punto que ya los pacientes no nos respeten. La publicidad ha sido uno de los factores que han hecho crecer a estas empre- sas que, en los últimos años, se han visto en escándalos, como el caso de varias de estas franquicias españolas. “E n vez de un diagnóstico, le presentan al ‘cliente’ cotización en la que le dicen: te cuesta tanto, te lo financiamos, firma acá” tales como exención de impuestos por varios años porque supuesta- mente están generando empleos en el país; en cambio, a los odontólogos nacionales se nos cobra sin piedad impuestos de todo tipo. baridades con tanta seguridad que les creen. Conozco casos en los que se les han extraído todos los dientes a pacientes e instalado ocho o más im- plantes por arcada. Me da asco ver en los supermerca- dos a personas repartiendo volantes de estas clínicas con ofertas en tra- tamientos, como si los seres huma- nos fuéramos zanahorias, alcachofas o salchichas. Es común también ver publicidad de estas clínicas pegada con grapa a los recibos de la electri- cidad, el agua o el gas. Se gastan mi- llones de millones de dólares en pu- blicidad que un odontólogo particular jamás podría pagar, primeras páginas en periódicos de alta circulación en donde ofrecen implantes a 180 dóla- res, tratamientos de ortodoncia sin cuota inicial y con mensualidades de 15 dólares aproximadamente. Ante esta práctica desalmada, desleal y antiética, sólo puedo pensar en los pobres colegas que trabajan esclavi- zados en esos antros y en los pacien- tes que se dejan deslumbrar por esa feria de precios, que al final terminan recibiendo tratamientos de los que se arrepienten el resto de sus vidas. La calidad de los empleos que ofrecen estas «clínicas» a los odontólogos re- cién graduados de las universidades En vez de un diagnóstico serio, le presentan al «cliente» una cotización en la que le dicen te cuesta tanto, te lo financiamos, firma acá. Y ahí vie- ne la pesadilla de una financiación a 72 meses o más de esos tratamientos. Cuando los pacientes se dan cuenta de lo que acaban de firmar, ya es tar- de, ya son clientes también del banco que compra esa deuda y se encarga de financiarles los tratamientos. He analizado varias de estas cotizacio- nes y, al final, los pacientes terminan pagando mucho más dinero del que les ofertaron, y lo más triste es que estos tratamientos pudieron ser más económicos y de mayor calidad si se los hubiesen realizado con sus odon- tólogos de confianza en la consulta particular. Pongo en duda la calidad de los ma- teriales, insumos y la mano de obra que utilizan y me baso en los precios absurdos con los que publicitan los tratamientos. No quiero ni imaginar- me cuánto les pagan a los odontólo- gos que allí prestan sus servicios. Los gobiernos han permitido la completa mercantilización de la odontología, incluso han permitido que se abran clínicas dentales dentro de centros comerciales, en gimnasios de fisico- culturismo y otros lugares que dejan mucho que desear. Las cadenas de clínicas tienen otra falla: los dueños, gerentes, directores, en su gran mayoría, no son odontólo- gos ni médicos. En algunos casos, el «profesional» que atiende al paciente en la primera visita no es un odontó- logo sino un agente comercial. Y el que le presenta las opciones de tra- tamiento a los «clientes» tampoco es un odontólogo. Esto confirma lo que todos sabemos y que nadie se atreve a expresar: lo único que les importa a estos negocios mal llamados clínicas odontológicas es el dinero. A los empleados de esos emporios económicos, se les exige cumplir metas a como dé lugar, y el que no alcance estas metas se va despedido fulminantemente. Allí es donde se presentan los miles de casos de mala praxis que deberían llegar a los tribu- nales de ética odontológica. En muchas ocasiones, los dentistas de estas clínicas no son autónomos en la toma de decisiones y pueden ser cesados en cualquier momento. Los odontólogos de estas clínicas dentales son como borregos domesticados, ha- cen lo que se les ordena aún a sabien- das de estar incurriendo en faltas gra- ves al código de ética. El dentista se ve presionado, por lo que no le queda más remedio que seguir las órdenes para conservar su puesto, porque en la puerta hay muchos colegas espe- rando la oportunidad de un trabajo. A diario se presentan episodios de mala praxis, de fraude o denuncias por incumplimiento que los odontó- logos achacan a esta forma de «pros- titución» del servicio odontológico. Hemos pasado de ir a ver al dentista para prevenir a ir a ponernos un im- plante de 180 dólares. Tristemente lo que importa hoy día a los pacientes es el precio o las condiciones de finan- ciación que les ofrecen estos lugares que, para mí, no son clínicas sino centros financieros apoyados por la banca. Si Santa Apolonia fuera testigo de toda esta basura, parte de la tortura sería obligarla a que se haga un diseño de sonrisa, ortodoncia, blanqueamiento, carillas e implantes, que pague uno y se lleve dos. Y, con seguridad, una vez más, preferiría tirarse voluntaria- mente a la hoguera.